Una noche semilluviosa de Marzo, 3 mexicanos entraron a una pequeña fonda italiana a cenar.
La gente en Roma puede llegar a ser una explosión de personalidades.
Una mesa ocupada por una pareja claramente extranjera, que seguro iba a la Ciudad Eterna a enamorarse en los pequeños lugares nada turísticos, pero recomendados por alguien local.
Otra mesa ocupada por cuatro italianos que buscaban la manera de ligar con alguna extranjera.
El Dueño y Chef del lugar que obligaba a come...r a sus clientes, e incluso, si no pedían limoncello, iba por cuenta de la casa, solo para demostrar con orgullo los sabores italianos.
Pero, lo que más llamó mi atención esa noche no fueron las paredes pintadas de nombres de mil y un viajeros presumiendo su estancia allí, o las miradas acosadoras de los hombres romanos, ni siquiera la mirada de amor de la pareja extranjera:
De manera frecuente, entraban músicos que tocaban una canción, pedían unas monedas y se iban a otro lugar.
Él era un hombre oriental.
De estatura pequeña, complexión delgada, pelo negro y lacio, rostro blanco, y aún cuando los orientales no usen ropa de marca, siempre tienen una manera sobria y fina de vestir, él llevaba un violín entre sus manos, se postró delante de todos, cerró sus ojos y comenzó a tocar.
Era como si él estuviera conectado de alguna manera con su violín y con la música de sus cuerdas.
La melodía que él tocaba era similar a él: distinta y elegante, sencilla, bien cuidada, pulcramente ejecutada, con momentos de explosión y frenesí.
Al terminar de tocar dos canciones, guardó su violín y sin voltear a ver a nadie más, ni pedir dinero por la demostración de su talento, salió por la puerta del lugar a perderse en algún lugar de esa noche semilluviosa de Marzo.
La gente en Roma puede llegar a ser una explosión de personalidades.
Una mesa ocupada por una pareja claramente extranjera, que seguro iba a la Ciudad Eterna a enamorarse en los pequeños lugares nada turísticos, pero recomendados por alguien local.
Otra mesa ocupada por cuatro italianos que buscaban la manera de ligar con alguna extranjera.
El Dueño y Chef del lugar que obligaba a come...r a sus clientes, e incluso, si no pedían limoncello, iba por cuenta de la casa, solo para demostrar con orgullo los sabores italianos.
Pero, lo que más llamó mi atención esa noche no fueron las paredes pintadas de nombres de mil y un viajeros presumiendo su estancia allí, o las miradas acosadoras de los hombres romanos, ni siquiera la mirada de amor de la pareja extranjera:
De manera frecuente, entraban músicos que tocaban una canción, pedían unas monedas y se iban a otro lugar.
Él era un hombre oriental.
De estatura pequeña, complexión delgada, pelo negro y lacio, rostro blanco, y aún cuando los orientales no usen ropa de marca, siempre tienen una manera sobria y fina de vestir, él llevaba un violín entre sus manos, se postró delante de todos, cerró sus ojos y comenzó a tocar.
Era como si él estuviera conectado de alguna manera con su violín y con la música de sus cuerdas.
La melodía que él tocaba era similar a él: distinta y elegante, sencilla, bien cuidada, pulcramente ejecutada, con momentos de explosión y frenesí.
Al terminar de tocar dos canciones, guardó su violín y sin voltear a ver a nadie más, ni pedir dinero por la demostración de su talento, salió por la puerta del lugar a perderse en algún lugar de esa noche semilluviosa de Marzo.