El paraíso perdido.

“Naranja dulce, limón partido, dame un abrazo que yo te pido….”
Melodía Popular.

La mejor parte del gym en Enero, es que los propósitos de Año Nuevo se encuentran a flor de piel, así que hay (¿habemos?) mucha gente nueva intentando bajar peso (para el caso de las nenas) o marcar bien el abdomen (para el caso de los tzzzzabrosos en potencia).


Cuando era niña hubo una rola infantil que Mamufa me enseñó y se volvió mi favorita, dicha rola decía: “Naranja dulce, limón partido…..”;
he pasado mi vida entera buscando las naranjas más dulces en todos los lugares donde he hecho acto de aparición.


La mejor (o peor) parte de vivir en una ciudad pequeñitititita es que muchas personas nos conocemos entre sí, mínimo ubicamos de vista o de oídas a determinadas personas o familias. Así que ubiqué perfectamente a un nuevo elemento del gimnasio al que acudo.


Indiscutiblemente las naranjas más dulces que he probado al día de hoy, se encuentran en Cozumel. Es un sabor casi olvidado que mi sentido del gusto se empeña en recordar e inmortalizar con todos esos años que han transcurrido desde el día en que ingerí su jugo y mastiqué sus gajos.


Él es un hombre de aproximadamente 35 años. (Pubertillos qué sucede!!! Me están perdiendo!!!). Su principal atractivo no es su físico, sino algo en su personalidad en otrora tan equis y aburrida. No cabe duda que los años se encargan de mejorar algunos sabores, o de echar a perder otros. Snif….


En mi mundo burbuja, nunca he entendido cómo Adán y Eva se dejaron seducir por una manzana, teniendo la gloria de la naranja; pero alcanzo a entender que más allá del fruto, la prohibición de acercarse a dicho árbol fue lo que realmente despertó el interés de los primeros hombres.


Como todo buen hombre pueblerino de 35 años, está felizmente casado y no va al gym con su esposa. Desconozco si él voltee a ver a alguna de las mega mamis que ya llevan años y años de hacer ejercicio, pero cuando de reojo volteo a verlo, siempre está concentrado en sus bíceps. Tzzzzzzzzz.


Si me lo preguntaran a mí, yo reinventaría el paraíso y plantaría naranjos por todas partes; y su jugo sería un elixir soñado por los del Olimpo.


Cada vez que él pasa a mi lado, consciente y dolosamente rozo su piel tratando de adivinar un roce más personal. Como diría Chente, “Lástima que seas ajeno….”.




Creo que perdimos el paraíso por haber subestimado a la naranja.

Recuerdo entonces que no es el fruto lo que despierta nuestra malicia, sino la prohibición de probarlo.


Huyo de él y todo lo que representa, y prefiero idealizarlo y fantasear con él de vez en vez.

Espero de todo corazón y por mi propia salud mental, que sus propósitos de Año Nuevo duren sólo una semana.

Y mientras el sudor se trasmina por mi playera de algodón, limpio mi rostro con mi muñequera, y en mi mente tarareo “Naranja dulce, limón partido…..”.



Y recuerdo ese inigualable sabor de las naranjas de Cozumel.