clic

Fue en estado de ebriedad.

Así hicimos clic en julio del año 2001.

Nos conocíamos de vista desde hacía mucho tiempo atrás, desde 1998, en las aulas de preparatoria, pero fueron contadas las palabras que intercambiamos en ese entonces.
Coincidimos en las aulas universitarias, y ambos elegimos esa carrera por consejos maternales que terminaron abruptamente con otros senderos profesionales.

La mejor parte de mi estancia universitaria, fue haberlo conocido.

Esa noche de Julio en plena farra dentro de su dormitorio, motivado por su mejor amigo (AF) me envió un singular mail que denotaba su estado etílico.
Aún lo conservo, porque fue el inicio de una gran, gran amistad, de esas que pocas veces se ven en la vida, de esas que llegan cuando menos lo esperas, pero cuando más las necesitas; de esas que irónicamente se burlan del pasado, lo sacuden y simplemente, nada vuelve a ser lo mismo.
Mi vida puede clasificarse en un antes y un después de.

Comencé a sentarme delante de él, y él comenzó a utilizarme de escudo para dormirse durante las clases.
No entendía cómo podía tener una novia a distancia, y no cualquier distancia, cada semestre viajaba 20 horas en camión para ir a visitarla una semana.
Lo conocí cuando se enamoró por primera vez, y sé que aún al día de hoy, cuando esa historia se cerró y ha habido, y hay otras chicas de por medio, él siempre la lleva en su corazón.
Sé que cada noche, le pide a las estrellas por su bienestar y felicidad.
Lo sé porque más que amiga, soy una parte de él.
No hay secretos entre nosotros, conocemos a la perfección nuestras debilidades y aptitudes.
Hemos hecho mancuerna una y otra vez, y hemos vivido experiencias únicas e irrepetibles que sé que han perfeccionado mi ser.

Aún al día de hoy, con nuestros horarios imposibles de coincidir, y nuestras esporádicas visitas, seguimos siendo uno mismo.

Sólo a su lado, he visto las estrellas afuera de la ciudad.
Acostados en el pasto, yo arriba de su abdomen, escuchando su voz diciendo: ¿Te acuerdas de la prepa?, yo asintiendo y sonriendo, él continuando en silencio, yo permaneciendo en silencio, formando ambos parte de ese inmenso Todo.
Porque en efecto, las promesas que prescinden de palabras, son aquellas que irán con nosotros hasta el ocaso.

Ese semestre estudiantil en que cimentamos nuestra amistad, acordamos un juego, un día él me llevaría un dulce, el siguiente me tocaba a mí, y volvía a empezar el turno sucesivamente.
Yo descubrí que amaba los panditas de naranja y las galletas ritz.
Al finalizar el semestre, en Diciembre, me preguntó cuál dulce quería yo. Sonreí mientras le contesté: “Quiero una pale-loka”, él me respondió que eso ya estaba descontinuado, así que me regalaría una sheve.
Quien me conoce sabe que soy berrinchuda, así que seguía empecinada con mi pale-loka, porque sabía que ya no las vendían en ningún lado…. O en casi ninguno.
Una noche, fui a visitarlo, él me recibió con una sonrisa de oreja a oreja y me dijo: “Tengo algo para ti”…. Y recibí una bolsa llena de pale-lokas y una postal navideña con sus mejores deseos de puño y letra.
Él consiguió lo imposible para obsequiármelo y verme sonreír.

Podría jurar que en ese momento me di cuenta que lo que yo sentía por él era más que amor, el deseo físico había desaparecido tiempo atrás, y su simple presencia me hacía sentir más que viva... viva y enajenada.

En alguna ocasión, hace aproximadamente dos años, fuimos a pistear al lugar que íbamos cuando éramos estudiantes, en algún momento de la plática, yo le dije: “Cuando éramos adolescentes, en último semestre de prepa, al concluír las clases del 22 de Febrero, yo te ví, triste y agachado, no sé qué pasaba por tu mente, pero puedo imaginarlo, yo quise tomarte del brazo y decirte que podías contar conmigo para lo que necesitaras, que estaría a tu lado todo el tiempo que fuera necesario, pero me fui de largo porque yo no formaba parte de tu vida, y hoy es el momento de que te diga que puedes contar conmigo en cada instante, y que voy a estar a tu lado hasta que esto termine.”, a mitad de mis palabras, lo tomé del brazo y comencé a acariciarlo, él estaba helado (“esa efeméride” fué la muerte en un accidente automovilístico del que en ese entonces era su mejor amigo), yo lo tomé suave pero firmemente, y ha sido la única vez que he sentido a alguien dentro de mí, ni en el sexo he estado más unida al lado de alguien de tal manera, mi interior también se congeló, y su respiración fue la mía.
Nuestros pensamientos fueron uno solo.
Nosotros mismos fuimos uno solo.
Nuestras lágrimas brotaron al unísono.
Y un abrazo, sin palabras, nos hizo saber lo mucho que significábamos el uno para el otro.

Nuestra muda promesa de presencia invisible y cariño eterno.

Hoy yo la renuevo con palabras que sé que él no leerá, porque no sabe de este sitio, pero no hace falta que yo se lo exprese, él ya está consciente de ello.

Él cada noche le pide a las estrellas por la primera y quizás única mujer a la que realmente ha amado.
Yo cada noche le pido a las estrellas por el único hombre que ha superado el nivel del amor, sin siquiera haber hecho parada en un noviazgo, affair o fricción labial.

Hoy la paleta de dulce sabor cereza que degusto lentamente, me evoca el sabor de aquellas pale-lokas que él me obsequió, aquel año en el que una cantidad inmoderada de cerveza fue la pauta que hizo clic entre nuestras vidas.