Un objeto azul.

“…. Es la memoria que hay en nuestros corazones.”
Enanitos Verdes.

Llueve a todas horas.

Cada vez que Tláloc hace acto de aparición, mi mente sólo puede pensar en un hombre.

__________________________________________________

Algún lugar de cuyo nombre no puedo acordarme.

¿Quién le hubiera podido prestar atención a esas letras en la carretera con él a un lado?

Sólo sé que todo empezó ahí, en carretera.

¿Éramos extraños?

Porque pareciera que ya tuviéramos años de conocernos.

Éramos un par de desconocidos, coincidiendo en una ciudad a la que tampoco él pertenecía.

Inició con una invitación, a la que siguió una decisión precipitada, continuó con un viaje, se inmortalizó con un beso, para después balbucear una propuesta y jugar el juego más dulce y cruel que ha existido en la historia de la humanidad, el del encariñamiento.

No el encariñamiento físico que demanda entrega carnal.

Sino el que idealiza momentos que marcan nuestras vidas para siempre.

Hubiera sido mucho más fácil si hubiera habido sexo de por medio.
Pero no lo hubo.

Recuerdo como si fuera ayer, ese semáforo en rojo, esa calle inclinada, las manos de él en el volante, unos instantes eternos, sus dedos dejando salir el estrés de su cuerpo, para girar mi rostro y besarme intempestivamente.

Me sentí adolescente a pesar de haber pasado esos años mucho tiempo atrás.

Sentí cómo mi corazón se aceleraba y la manera en que mis mejillas se sonrojaron.
Moría de pena. Pero él volvió a besarme. Y yo simplemente, me perdí en sus labios.

El semáforo cambió a verde y fuimos hacia el centro.

No paraba de chispear.

Él hizo todo lo posible por cubrirme, llevaba consigo un paraguas azul y yo sonreía idiotamente y le decía que no hacía falta, me gustaba sentir las gotas de lluvia en mi piel.

Sólo sintiendo el agua golpeando ligeramente mis brazos y mi escote, podía tener la certeza que él era real.

Sólo sabiendo que él era real, podía darme cuenta de que yo también lo era.

Tomó mi mano y me mostró esa ciudad.

No sólo me mostró un lugar diferente, me enseñó una manera diferente de sentir y anhelar.

No sólo tomó mi mano, también tomo delicadamente mi raciocinio y lo hizo a un lado.

Por alguna extraña razón del destino, la despedida fue un poco presurosa, los dos teníamos la idea de volver a coincidir y entre sonrisas dijimos Adios.

Oh sí, las despedidas que siempre recordaremos son aquellas donde no tendremos ni siquiera la remota idea, de que será definitiva.

Él olvidó llevarse su paraguas.

Yo olvidé llevarme mi corazón.

Ahora que llueve, mientras busco mi bufanda y guantes, encontré ese objeto azul en mi clóset.

Él nunca tendrá de regreso ese objeto azul.

Pero hace tiempo, que mi corazón regresó a mí afinado, y con su memoria engrandecida.