déjalo ir

Hace aproximadamente cuatro meses, llegó un colega de una ciudad aledaña a la oficina.
Él es un hombre de 33 años, y es desde mi punto de vista, el hombre más perfectamente bien portado, diplomático y cortés que he conocido en toda mi vida, quizás tengo esa percepción porque casi no hemos convivido, pero la verdad es que me gusta la idea de él así.
Sólo que antes de ser un hombre de leyes, es un hombre de negocios, de tal suerte, que aunque su título dice “Licenciado en Derecho”, más bien se encarga de los negocios familiares, que por mucho, reditúan más económicamente hablando, que lo que él pudiera lucrar con la profesión universitaria.
Entró a mi cubículo y platicamos algunas cosas personales, y ví que traía muchos papeles debajo del brazo, él observó la ruta de mi mirada, y me dijo que unos familiares de él, habían ido a consultarlo acerca de un problema de unos terrenos, y que él les respondió que no tenía los conocimientos necesarios para darles una buena opinión, pero que conocía a alguien que sabía muchísimo respecto al tema y que le pediría su punto de vista, yo volteé a ver mi reloj, y le comenté que el jefe no tardaba mucho en llegar, a lo que él, con esos ojos verde esmeralda que tiene, y su divertida expresión, me respondió: “De hecho, venía a buscarte a ti.”.

Soy demasiado egocéntrica para aceptar mis limitaciones.
Pero lo suficientemente centrada para percatarme de ellas.

Hace mucho, mucho tiempo, en una diminuta ciudad, cuya única referencia es que lleva el mismo nombre de aquélla que ha hecho historia en base a su universidad, un padre le dijo a su hija los planes profesionales que tenía para ella.
Ella, hija antes que profesionista, pasó muchas noches pensando en las palabras de su progenitor.
Pensó en el ciclo de la vida, y una que otra lágrima, rodaron por sus mejillas al pensar la remota posibilidad de la actualización de tal hipótesis.

Hace un año exactamente, el jefe salió de vacaciones, y yo ascendí temporalmente por una semana.
Tenía la falsa idea de que el jefe únicamente llega tarde, firma y cobra. Pero nunca pasó por mi mente, la toma de decisiones.
Afortunadamente, él llevaba su localizador, y yo le comunicaba todo lo que acontecía, y le preguntaba mis dudas sobre mi línea de acción.

Esa semana pensé mucho en que me gusta mi trabajo, tal y cual es, me gusta tener la figura del jefe, el que tiene toda la responsabilidad, el que da órdenes que yo trato de seguir al pie de la letra, el que se esfuerza con ahínco en mi formación, y el que, me regaña sin escrúpulo alguno cuando algo sale mal.

Llevo aproximadamente tres semanas cometiendo errores garrafales, uno tras otro.
Sé claramente que la causa es el descuido mental.

Anoche, al descubrir otro de mis errores, él me preguntó: ¿Qué te está pasando?, esa frase ha hecho eco desde entonces en mí. ¿Ya terminaste el escrito de fulanito, sutanita, perenganito, etc., etc., etc.,?, yo le respondí molesta (eran las 11 pm): “Es que no puedo con tanto”. A lo que él, seguro, tajante, enfático, me respondió: “Sí puedes”.

Hoy por la tarde, iré al jardín, compraré un globo azul, lo mantendré en mi cubículo hasta que termine mis quehaceres, saldré a la calle oscura y fría, cubriré mi garganta con mi bufanda, me dirigiré a ese pequeño lugar tan mío y de nadie más, tomaré ese globo, lo sujetaré de su hilo que lo une a mí, titubearé un poco, veré ese cielo, tan mío, tan nuestro, soltaré poco a poco el globo, lo dejaré ir, veré cómo se aleja de mí, y se pierde en la inmensidad, sé que lloraré mientras el aire lo lleva a tierras desconocidas, y pensaré únicamente en que sí, SÍ PUEDO.