El periódico local hablaba maravillas del lugar.
Inclusive comentarios de diversos comensales confirmaban las cinco estrellas con que se calificaba la cocina de ese restaurante localizado en la capital de mi Estado.
Así que aproveché que me mandaron de la oficina a revisar unos asuntos para acudir al lugar en cuestión.
Me costó un poco dar con la ubicación, pero ja! runrun parece tener GPS integrado, despuès de unas cuantas curvas y unas cuantas inclinaciones, llegué presa de la curiosidad.... y un poco de glotonería.
Había tres mesas ocupadas, pero sólo una llamó mi atención.
Un hombre solitario estaba sentado degustando, lo que después supe era la receta favorita del chef.
Era atendido sigilosamente y sumándole a ello su manera de vestir, supuse que se trataba de algún pez gordo.
Ví que tenía frente a sí un platillo de lindos colores.
Sí, de la vista nace el amor.
Al momento de ver la carta, me di cuenta que la "receta favorita del chef" no tenía enlistados los ingredientes.
Y recordé todas las buenas recomendaciones del periódico hacia ése platillo en especial.
Pedí limonada para resistir el calor que me carcomía, y sin entremés de por medio, me fui directamente al platillo principal.
Desconozco si era res o puerco los pequeños trozos de carne que robustecían mi comida.
Pero lo que le dio un sutil sabor, fue la salsa que bañaba al animal, y unas pequeñas hojas verdes cocinadas sepa la madre cómo.... eso de la cocina, nomás no es para mí.
El hombre solitario terminó primero que yo, y de manera curiosa y coincidente, quizás kármica, pasó a mi lado antes de salir y viendo mi plato me dijo sonriente: "Es una delicia ah? las arúgulas bañadas de salsa de arándano es lo mejor que he probado en mi vida."
Yo asentí y sonreí, comenté con el hombre solitario lo genial de la receta y seguí con mi comida.
Terminé sonriendo y le dije al mesero: "Puedo hablar con el chef?", mi papufo me ha enseñado que así como pides hablar con el superior jerárquico de algún lugar para dar quejas, también se debe pedir hablar con el mismo para alabar la prestación de servicios, en su caso.
Tremenda sorpresa llevé al darme cuenta que el chef, no era hombre, sino mujer.
Vestida cual buena chef, de blanco y con su gorro característico, le comenté: "Es una delicia probar sus arúgulas en salsa de arándano!", ella sonrió notablemente complacida y me dijo: ".... no son arúgulas, son espinacas.".
Yo quedé atónita y le respondí: "Ammm un hombre que acaba de irse me dijo que eran arúgulas....", y la chef me confesó: "Ahhh el señor Francisco!.... - y sonrojada dijo- él odia las espinacas, pero le encanta la manera en que sabe el platillo en sí, así que le decimos una mentira piadosa para que no tenga cierta predisposición al comerlas.".
Yo sonreí y dije: "Al cliente lo que pida, ah?"
Y la encantadora chef asintió.
Me despedí de ella y regresé a mi Ciudad.
Todo el camino fui pensando en que de igual manera, yo odio las espinacas.
Y entendí cabalmente, por qué no sacaban de su error al señor Francisco.
En días hormonales como hoy, todos deberíamos escuchar mentiras piadosas a nuestro alrededor.