De aprendizaje, recuerdos y promesas.

Hoy a las 5 pm.
(ring, ring!! Número desconocido)
jess: sí bueno?
Voz: jess? Eres tú??!!!
jess: amhhh sí, soy yo, ¿quién habla disculpa?
voz: apoco no te acuerdas de mí....
jess: heeeeey tuuuuuuuú!!!!!

Invariablemente, cada inicio del mes de Diciembre a partir del año de 1999, me dirijo hacia mi tienda favorita a comprar chocolates y tarjetas navideñas.
El segundo fin de semana de dicho mes, vacío mis compras en mi cama, tomo una pluma azul y escribo líneas para tres personitas muy especiales.

Los conocí en la preparatoria.

Eran tres chicos de esos que nunca fueron los chicos más famosos, ni los chicos más inteligentes, ni los chicos más deportistas, ni los chicos más sociales.

Eran ellos tres.

Únicamente así.

Y nosotras éramos tres también. Bueno dos y media, porque la tercera estaba media deschabetada.

Nosotras nunca fuimos las más famosas, ni las más inteligentes, ni las más deportistas, ni las más sociales.

Éramos nosotras tres.

Únicamente así.

Y de repente, yo volteaba y les sonreía. Y ellos me devolvían la sonrisa.
Aprendí en ese instante, que siempre que le sonriamos a la vida, ésta siempre nos devolverá la sonrisa.

Yo que me quejaba continuamente de lo que no tenía, escuché sus historias de sacrificios para poder estudiar una educación pública. Ví sus carencias y ví que no se quejaban como yo, sino que le sacaban provecho a lo que sí poseían.
Y cuando los seis presentamos examen de admisión en diferentes universidades de diferentes ciudades, uno inclusive de otro estado, una parte de mí quería abrazarlos eternamente y no soltarlos para así poder agradecerles cada lección de vida que me obsequiaron.
Aprendí también de ellos, que las grandes personas se conocen en los pequeños detalles.
Y en nuestra noche de graduación, aprendí que hay abrazos que transmiten una parte de ti. Y sé que una parte de mí, la mejor, está a su lado todavía.

Muchos dijimos que nunca dejaríamos de frecuentarnos.
Pero ha sido una promesa casi imposible de cumplir.
Así que lo único factible para mí, que me considero una chica de palabra, es enviarles a esos tres niños una tarjeta navideña y chocolates cada Diciembre a partir de que nos separamos físicamente.

A uno de ellos, no lo he vuelto a tener frente a frente, pero ineludiblemente, cada Febrero me llega una postal con su nombre en la orilla superior derecha, y tiemblo de emoción al abrir y leer cada palabra.

A otro de ellos, lo he visto en tres ocasiones, y hemos intercambiado varios mails durante estos 9 años transcurridos.

Al último, lo he visto dos veces, nos hemos escrito algunas veces, y hemos hablado por teléfono algunas más. Hoy incluído.

Y hoy que anocheció, y el manto azul índigo con esos destellos azul y plateados parpadeando hacen acto de aparición, me pongo a recordar aquéllos tiempos mozos.

No sólo conocí a esos tres chicos especiales.
Ni a esas dos niñas, bueno niña y media, ultra especiales.

Recuerdo a Ale linda, que ahora también tiene la ciudadanía española, y no se ha perdido el contacto, aún con un océano de por medio.

Recuerdo a Paola, que se convertirá en señora en Abril próximo.

Recuerdo a Rocío, que en cuestión de años se convertirá en una Juez de Distrito, y devolverá la fé en una impartición de justicia pronta y expedita.

Recuerdo a Carol juntándose siempre con las personas mayores.

Recuerdo a Lucero como la niña mayor más sonriente.

Recuerdo a Javio, cuando era mi amor platónico de adolescente.

Recuerdo a AF, cuando yo juraba que nunca me juntaría con alguien tan mamón como él. Ja!

Recuerdo a buenaschambas, sentado delante de mí y rayando mis libretas.

Recuerdo a Alfredo preguntándome el por qué era tan callada.

Recuerdo a Ramón platicándome de su virginidad.

Recuerdo a Pacheco, tirándome carrilla con su amigo Javio.

Con todos ellos continúo manteniendo contacto.


Porque hay promesas imposibles de olvidar.

Porque hay recuerdos que son la pauta de lo que somos actualmente.

Porque hay pequeños detalles, que inmortalizan a determinados seres humanos.

Porque hay chocolates, que no sólo endulzan el paladar, sino también algunas letras.

Porque hay abrazos que no sólo tocarán nuestro cuerpo, sino también el alma.

Porque hay llamadas de números desconocidos que te traerán una voz conocida.

Porque hay mensajes ocultos en esos números.

Y simplemente, porque el corazón no olvida aquello que una vez nos hizo estremecer.