De pensamientos.

"Todo hombre que no es capaz de controlar sus pensamientos, no es digno de ser llamado como tal."
Cato.

La primera vez que lo ví, me pareció un chico bastante superficial.
Creo que yo fui más superficial porque le atribuía cualidades imposibles de observar a primera vista.
Porque a primera vista, no se ve nada, ni siquiera el amor.
Él no me vio a mí, pero yo sí a él.

Las veces subsecuentes en que nos miramos unilateralmente, yo seguía ensimismada en mi primera impresión, realmente poco o nada me importaban sus expresiones.

Y de vez en vez, coincidíamos.
Hasta que la coincidencia, permitió que él me saludara.
Él inició el diálogo y yo seguía empecinada en esa primera impresión.
Yo le contesté más por conveniencia que por gusto.
Pero algo en mi interior se alegró al saber que él me había visto.
De eso ya hace algunos ayeres.

“Soy vecina de este mundo por un rato, y coincide que también tú estás aquí.”; recuerdo la noche en que escuché esa canción en un bar de Vallarta, mientras yo veía con malos pensamientos a un mesero, Fmi utilizaba la servilleta de babero, mi papá no sé qué diantres decía y ardilla… al igual que yo, estaba ensimismada con el chico vestido de blanco.
Esa fue la primera vez que la sensación del deseo sexual apareció en mi vida.
Un deseo que obviamente, quedó en eso, en mero frenesí e irracionalidad, pero fue delicioso el sentir cómo recorría mi ser y cómo estallaba esa parte de mi cuerpo.

Comenzaba a surgir mi faceta como mujer.
Y me sentía pecadora, pero me agradaban las sensaciones prohibidas.
Me confesaba, pero no me arrepentía.
Y comulgaba, porque no me sentía impura.

Cuando me saluda, sé que hay un mensaje de trasfondo.
La cordialidad disfraza los ardientes deseos de ambos.
Esos mismos que yo creí no regresarían nunca más a mi vida.

Él, hombre, pasional por naturaleza, irremediablemente seductor por vocación.
Yo, mujer, reprimida por educación, irremediablemente explosiva por contravención.

Cuando se presenta la ocasión, él voltea hacia otro lado y yo grabo en mi memoria cada rasgo de su rostro, cada nota de su voz y cada latido de mi corazón.

Sí, duele al latir.
Duele por varias razones.
Porque está a punto de explotar.
Porque se agita y siento el hervor de mi sangre recorriendo mi cuerpo.
Porque me bloquea y me lleva a ese lugar al que tanto temo entrar.
Porque sé que él únicamente piensa en ella.

Y hay noches en las que el frenesí y la irracionalidad se apoderan de mí.
Y lo veo a él.
Y sé que él me ve a mí.

Porque todos los hombres recaen en él.
Y porque todas las mujeres recaen en mí.
Y vuelvo a sentir, como a los 17 esa sublime y exquisita sensación que es el resultado de una combinación física y mental.

Y me pierdo en la noche, porque la noche es él.
Y él se pierde en la noche, porque la noche soy yo.


No sólo controlo mis pensamientos, he aprendido también a manipularlos.