martes, 5 de junio de 2018

Mi Reloj

Dicen que el reloj es el accesorio masculino por excelencia.
El reloj que un hombre usa en su muñeca no sólo habla de su capacidad económica, sino de su personalidad.
Complejos, sencillos, multi funcionales, pulcros, ególatras, prácticos, sofisticados, minimalistas.

Yo nunca usé reloj.
El tiempo y yo siempre estamos desfasados, desde el primer instante, desde el primer latido, y muy seguramente hasta el último.

En septiembre de 2016 encontré un reloj lindo en una tienda lejana.
Costaba 500 pesos.
Sólo tenía extensible anaranjado, una carátula dorada con dos manecillas y los cuatro puntos cardinales y un pequeño corazón dorado colgado de la carátula.
No había ningún otro reloj igual en la tienda, aunque fueron fabricados en serie.
Así que el último reloj de ese modelo, debía ser especial al haber estado reservado para mí.

Lo pagué y a partir de ahí lo usé diario.
Con el tiempo, todos los que lo vieron me dijeron que no era color anaranjado, sino rosa.
Yo jamás lo ví color rosa.

El domingo 7 de Enero de 2018, lo llevaba puesto.
Él, cuya compañía se volvió constante cada fin de semana a partir de ese día, me dijo un día que mi reloj era lindo y que le gustaba su carátula.

Yo sólo veía un reloj ya desgastado y oxidado en su color dorado original, pero que me negaba a dejar de seguir usando por todo lo que significaba.
Me recordaba que yo era especial.

A mediados de Marzo, la vida útil de la pila de ese reloj terminó.
Sus manecillas se paralizaron.
El tiempo de mi reloj se detuvo, tal como Él solía hacer con mi tiempo: lo detenía, o lo hacía eterno, no lo sé.

Él se quedó con todos los momentos que el tic tac de mi reloj tenía preparados antes de quedar guardado en un cajón.

Ese reloj era especial, no me hizo especial a mí, sino todo lo acontecido durante el recorrido circular y perenne de sus manecillas en su carátula dorada, con un corazón dorado oxidado pendiendo de ella.