jueves, 29 de abril de 2010

¡Mi gusto es!

"¡Mi gusto es! Y quién me lo quitará, solamente el Dios del Cielo, me lo quita, ¡¡Mi gusto es!!"
Banda el Recodo.

Cuando yo era pequeña, mamufa compraba semanalmente la revista “Teleguía”.
Cuando ella terminaba de leerla, yo corría rápidamente a ver la sección de muebles “Dico.”

Me encantaba ver las recámaras.
Llegué a enamorarme tanto de su atractivo visual que aún cuando faltaran seis o siete años para volverme quinceañera, decidí tajantemente que en lugar de pedir fiesta de XV o viaje en el Caribe jaaaaa, le pediría a mi papufo que de regalo me comprara una recámara.

Ideaba la manera en que acomodaría en mi cuarto la consola y el tocador, y el lugar donde yo quería que estuviera situada mi cama.

Así, cada semana mis ojos se abrían y brillaban intensamente, y mi imaginación volaba al ver nuevos modelos, y al ver sus precios.
Yo hacía cuentas mentales, descartaba las recámaras de costo elevado que obviamente papufo no podría pagar, y que snif eran las más bonitas, y seguía viendo los modelos que sí podrían entrar en nuestra economía.

Diez días después de que cumplí quince años, mamufa nos tomó a mis hermanos y a mí, rompió definitivamente con papufo, nos llevó con ella a vivir a casa de su familia, y yo me quedé sin fiesta de XV, viaje en el Caribe y snif…. sin recámara.

Con el paso del tiempo y conforme nuestras entradas económicas lo permitieron, mamufa me regaló una recámara agradable.
Y con el paso del tiempo, dejé de hojear Teleguía, pero vagabundeaba por los pasillos de las recámaras de Liverpool y de las mueblerías locales.

Descartando las recámaras de precios elevados, aunque snif eran y son las más bonitas.

Dice mamufa "jess, tú eres fina y jodida".

Veinte años después de que yo fuera esa niña que soñaba con una recámara como regalo de quince años, soy una mujer profesionista que por vez primera en su vida y por méritos propios, tiene en su cuenta bancaria el dinero suficiente para comprarse la recámara que le venga en gana.

Claro….. no será la más cara (tampoco soy tan materialista), pero sí será la recámara de mis sueños.

Y por primera vez en mi vida, tendré una pluma Mont Blanc.

Y mañana a la una de la tarde, liquidaré anticipadamente a runrún, catorce meses antes de su plazo inicial.

Y cada noche que llegue a mi habitación, acariciaré Mi cuarzo rosa, observaré a Mi estrella, agradeceré Su generosidad, apagaré la luz, recordaré a esa niña que soñaba e imaginaba, y pensaré en la mujer que persevera y alcanza.

jueves, 15 de abril de 2010

"Guanajuato, ¡Yo Te Amo!"

Hace tiempo Fmi y yo vimos “Paris, je t’aime”, la cual terminó por robarnos el corazón (en lo personal, la historia de la Portman y el chico políglota invidente mmmm deliciosa, y la última historia de la cartera estadounidense que se siente enamorada por París también me sacó una sonrisa), y pese a que no tenía intención alguna en la vida de conocer la Ciudad de la Luz, después de ver dicho filme, algo dentro de mí dijo “Tengo que ir alguna vez en mi vida.”, pero como sigo siendo vil jodida, pues no Money para pagar traslados y tomarme la foto en la Eiffel, así que tendrá que aguardar por mí, al fin que no importa la edad que se tenga o el momento que se esté viviendo “Siempre nos quedará París”, dispuesta a dejarse enamorar por nosotros.

El finde pasado, aproveché que Fmi seguía de vacaciones y aprovechando que (apeeeeenas) estaba en la cartelera local la película “New York, I love you”, fuimos a dejarnos trasladar hacia el mundo de los affairs nacidos en suburbios.

Fmi y yo entendimos por qué razón nunca encontraríamos a nuestra media naranja en este pueblo.
Sólo éramos siete personas, dos parejas, un solitario hombrecillo que se fue en friega loca en cuanto se terminó la película, y Fmi y yo.

El chiste y volviendo a New York, New York (insértese aquí nota musical de Frankie), es que ahora terminé por enamorarme de dicho filme.

Me encantó la manera en que se podía sentir “el ambiente neoyorkino”, pese a que nunca he caminado por la 5th Avenue, ni patinado en el Rockefeller Center, ni tomado un apple’s Martini en Manhattan.

Y aunque había jurado y perjurado que no me interesaba conocer a los vecinos del Norti, de repente, surgió en mí el deseo de conocer dicha Ciudad, pero, sigo siendo vil jodida, no tengo VISA, y tengo mil deudas, así que pues ahí será para lueguito.

De la película, la historia de la pareja de desconocidos sin nada en común que terminaron encamados, ufff y recontra ufff.
Muy buena, muy buena. Y también me encantó el escritor tratando de flirtear a la prostituta, quiero que alguien me ligue de esa manera tan interesante y creativa, lo quiero, lo quiero!; y qué decir del chico latino artista….. al verlo moverse tan encantadoramente con sólo un pantalón blanco contrastando con su piel morena…. Mmmm, qué mujer no querría conocer en la intimidad a alguien que tenga tan en claro el concepto de arte.

Fmi jura y perjura que sigue “México, te amo” o “Buenos Aires, te amo.”.
Yo juro y perjuro que sigue “Salamanca, te quiero un chingo” o “Roma, ti amo”.

Pero mientras son peras o son manzanas, aquí va mi contribución a la saga, basada totalmente en una historia real.

Guanajuato, ¡Yo te amo!.


Amanece.

El olor a maderos viejos y humedad tan peculiar de la habitación donde pernocté me arrulla.

Volteo a ver la hora. Me ducho, pongo a cargar la batería de mi cámara fotográfica, abrocho las agujetas de mis tennis, tomo mi morral, lo atravieso en mi cuello y salgo.

Mientras pongo el candado a mi cuarto, veo otros huéspedes extranjeros dejando sus habitaciones.
“ – Good morning, have a nice day!”

Yo sonrío, contesto el saludo, volteo a ver la primera habitación que se encuentra
vacía y está siendo limpiada por doña Dora.

Alguna vez me hospedé en ella. Sus llaves dicen “Romantic room”.
Nunca le ví nada de romántico.

Salgo, me despabilo, me estiro, siendo los primeros rayos del sol en mi rostro y me dirijo hacia el centro histórico.

A dos cuadras, veo a un grupo de estudiantes a unos pasos de mí, van casi corriendo para el Edificio Central de la Universidad de Guanajuato.

Tan sólo de pensar en todos esos escalones que tienen que subir, los compadezco.
Máxime que todas ellas usan zapatos de tacón. Usar tacones en esta Ciudad, es un suicidio.

Todos ellos vienen vestidos formalmente y hacen malabares con un café y unas carpetas.
Claramente se distinguen a los estudiantes universitarios de los de posgrado.

Me dirijo hacia a una panadería local donde venden el mejor café de olla que he probado en mi vida.

Antes de llegar a ella, puedo ver corriendo a cuatro personas en dirección hacia la Basílica, las campanas suenan haciendo saber que ya está iniciando la misa.

El miembro más chico de la palomilla grita: “Corran!!! La misa para pedirle a Dios para que te nos cases está iniciando!!”, volteo a ver la receptora de dicho mensaje y puedo adivinar su ligero enojo en su rostro.

Curiosamente, tiene un ligero parecido a alguna de las estudiantes que acabo de ver.

Camino cinco cuadras más para llegar a la panadería, compro mi café que cuesta ocho pesos, me asomo a ver si tienen “borrachitos” pero todavía no han salido, así que decido seguir mi curso.

A la salida, de manera milagrosa localizo un taxi, le pido que me lleve al Templo del Señor de Villa Seca, antes de desplazarse el chofer me advierte sobre el precio elevado hacia dicho lugar debido a su lejanía.

Llegando allá, al Poblado de “Cata” le pido al taxista que espere mi regreso, sólo voy a admirar la fachada del Templo.

Me asomo a la capilla lateral cuyas paredes están forradas de minerales, y veo a una joven y a un adolescente prendiendo una veladora. En silencio ambos. Con rasgos faciales similares. El silencio de ambos se contrapone a la viva llama de las veladoras colocadas bajo la imagen de un Cristo agonizante. Ella toma delicadamente la mano de él, él recarga su cabeza en el hombro de ella. Ambos miran fijamente hacia su frente, pareciera que ven más que cera derritiéndose.

Ninguno parece percatarse de mi presencia, en silencio me alejo de ellos.
Hubiera jurado que he visto a la joven en algún otro lugar.

Salgo al atrio, memorizo las delicadas imágenes y regreso a mi taxi.

Le pido al conductor que me deje nuevamente en el centro de la Ciudad, ahora me dirijo hacia el funicular que lleva a “El Pípila”.

De entre todos los que subimos, fijo mi atención en un par de jóvenes, él va fotografiando todo lo que hay a su paso, ella sonríe como si ya supiera lo que hay allá arriba y sintiera ternura al ver la actitud de él y orgullo por mostrarle algo que siente como de su propiedad.

Debido a que ya es mediodía, ella lleva puestos lentes oscuros, si tan sólo se los quitara, podría encontrarle similitud a alguien.

Llego hacia el mirador y la pareja de jóvenes se pierden entre las multitudes, me dirijo hacia la enorme estatua de piedra que tiene grabado a sus pies “Aún quedan muchas alhóndigas por incendiar.”, me acerco a la orilla para admirar la pintoresca Ciudad de Ranas, y a mi lado hay seis chicas, tan diferentes entre sí todas ellas, sonriendo y bromeando, hablando acerca de la belleza de esta Ciudad.

Logro escuchar que todas ellas provienen de ciudades diferentes.
Uno nunca sabe qué historias hay detrás de las amistades casuales.

Yo sonrío, volteo porque de ellas emana una energía positiva, me piden tomarles una fotografía. Se abrazan, y en la foto, detrás de ellas, la colonial Ciudad de Guanajuato.

Desciendo al centro, y continúo andando hacia mi hostal para desconectar mi cámara fotográfica que dejé cargando, y en el trayecto, paso a un costado del Teatro Juárez.

En frente de él veo las estatuas de los leones. Petrificados en mármol. Guardianes del Teatro y de ocho de las nueve musas griegas. Testigos mudos de miles de historias.

Mirando hacia los leones, hay dos chicos, recargados en la pared del Restaurante “Casa Valadez”, ella castaña, con la mayoría de edad recién cumplida, ni una gota de maquillaje en su cara, pantalón negro y blusa azul. Él, todo de negro. Colocados ambos dándole la espalda al restaurante, visiblemente nerviosos, volteando a todos lados, buscando ambos algo que desconozco.

Si tuviera diez años menos, ella podría ser hija de una de las mujeres que acabo de fotografiar en El Pípila.

Continúo mi trayecto, llegó a mi hostal, abro la puerta principal, y escucho fuertes gemidos que salen del cuarto principal.

A tan temprana hora. Qué gustos tienen algunas personas.
Ahora entiendo por qué se llama “Romantic Room”.

Tomo mi cámara y voy a comer hacia la Plazuela de San Fernando, me instalo en una de las mesas del Restaurante francés llamado Midi, “El sur de Francia en Guanajuato”, Sur….. elijo mi mesa, y a mi lado, veo a un par de jóvenes, ella visiblemente mayor que él, ella recomendándole el vino a degustar, y él viendo atentamente la carta. Es lo de hoy, que ella sea mayor que él. Ambos se paran al unísono que yo y nos acercamos al buffet por nuestros alimentos. Los dos bromean, los dos ríen, logro escuchar que ambos coinciden en la similitud en algunos aspectos entre Guanajuato y el Viejo Quebec, ahora no me cabe la menor duda de que no son familiares. Pero tampoco son pareja.

Termino mi comida, pido la cuenta, observo la plazuela un poco más.
Inhalo, exhalo, Me siento viva.

Te amo, Guanajuato.

El astro rey está a punto de ocultarse, sus últimos rayos llegan sobre los callejones de la Ciudad en la que decidí pasar el fin de semana.

Pago la cuenta y me dirijo hacia el Jardín Unión, veo a tres chicas pasar corriendo y empujando, una de ellas trae cargando una bolsa de Liverpool, y aún cuando viste casual, inexplicablemente trae tennis.
Muy raras las modas del mundo de hoy.

La gente susurra que Hamlet está a punto de iniciar en el Teatro.

Siempre he querido ver dicha obra de teatro, pero nunca he podido.

“- Fragilidad, tu nombre es de mujer.-“.

Compro mi boleto para seguir a la estudiantina en la callejoneada.

Me dan vodka con jugo de naranja en un muy lindo jarroncito, todos los que compramos boleto cantamos “De colores” mientras nos detenemos en el Callejón del Beso.

Nunca he besado a nadie ahí.

Lo estoy reservando para El hombre de mi vida.

Termina la callejoneada y estoy exhausta.

Ya es media noche y mañana parto temprano a mi Ciudad de residencia.

Me dirijo a mi habitación.

Entro al hostal y vuelvo a escuchar los gemidos en el cuarto principal.
Lo que es tener energía sexual de altos niveles.

Entro a mi cuarto, veo mis fotografías, escucho a mis vecinos pasionales, el morbo me hace imaginar lo que está aconteciendo en su cuarto, pero el olor a maderos viejos y humedad tan peculiar de mi habitación me arrulla.

Antes de perder la conciencia, pienso en todas ellas, tan parecidas y tan distintas a la vez, en mi mente hay un collage de imágenes.

De repente, pienso en mí.


Y pienso en ti, Guanajuato.

viernes, 9 de abril de 2010

un clavel rosa.

Cada sábado por la mañana mamufa solía despertarme a las siete y media de la madrugada.
Para una niña de siete años, eso era un suplicio.
Suficiente era con levantarse de lunes a viernes a las siete para ir a la escuela, como para todavía faltarle al respeto a los fines de semana.

Mamá me ponía un pantalón de mezclilla, una playera, una sudadera, tennis, amarraba mi largo, largo y rebelde cabello, me indicaba que debía lavarme los dientes, me tomaba de la mano y me llevaba con ella al mercado.

El mercado se localizaba aproximadamente a diez cuadras de la casa.
Siempre nos íbamos caminando y en el trayecto yo observaba una ciudad vacía que comenzaba a despertar.

Basuras volando por las calles solitarias con negocios cerrados.

Tanta pasividad contrastaba con el ambiente pintoresco que se encontraba unas cuadras más adelante.

Era un laberinto de olores, colores, palabrería y regateo.
Mi somnolencia terminaba allí, donde se cobraba vida a fuerzas de ser arrollado por las multitudes transitando en los pasillos estrechos.

Mamufa siempre traía una hoja donde había anotado todo lo que iba a comprar.

Hacíamos parada en la carnicería de los “Hermanos Ramírez” y mientras mamufa pedía bistec para asar, carne para cocido y carne molida (de las dos), yo sólo me sentía intimidada por las grandes cabezas de puerco colgando de los arneses al frente del negocio.
Siempre creí que eran un mero adorno de muy mal gusto, hasta que un día una señora compró una “para hacer pozole”…. Diuuuuuuuuu!!

De ahí mamá me llevaba al local de la verdura, el cual siempre estaba abarrotado de gente, mamá se estiraba por las bolsas de plástico y me enseñaba a elegir los jitomates, aguacates y lechugas. Lo demás no hacía falta elegirlo, todos eran iguales: limones, tomates, chiles serranos, chile pasilla, chile ancho, chile negro, chile para no sé qué más, zanahorias, cebollas, coliflor y los muy odiados, chayotes.

- Y me da un kilo de frijol “flor de Mayo” por favor. –

Mamufa decía que el mejor frijol era el bayo, pero era el más caro, así que compraba el barato, y pedía siempre cilantro de pilón.

Ahí me tocaba a mí ayudar con las bolsas a mamufa, y enseguida zigzagueábamos por los pasillos donde había pescados sobre hielo.

Si tenía suerte, mamufa se detenía en el puesto de –chocomiles- de “los Gordos Fonseca”.
He conocido gente de otras ciudades que hace parada en esta Ciudad, sólo por dichas malteadas.
Leche de cabra, fresas, azúcar morena y vainilla.
Algunos extraños, pedían que se le incluyeran huevos de codorniz. Diuuuuuu!
Y al final del batidillo hecho a base de una chocomilera, el toque final…. Canela espolvoreada.
Era de verdad un manjar de dioses.
Menos al final que se quedaban todas las semillitas de las fresas.

Volvíamos a tomar nuestras bolsas y nos dirigíamos a la fruta.

Al comprar la fruta de estación, que era la más barata, nos dirigíamos a un pasillo donde se encontraba sentado un don viejititito que vendía jocoque preparado por su señora esposa.

Mamufa apartaba siempre el dinero para el jocoque que mi papufo le encargaba.
A mi papufo siempre le han gustado esos bichos raros de dudosa fermentación, ya sea en jocoque o en bacilos.

Al final de todo eso, uno parecía san juanera en plena procesión.
Teníamos que idearnos la manera de ahorrar espacio y equilibrar el peso en ambos brazos.
Yo siempre tenía la falsa esperanza de que mamufa hubiera separado dinero para un taxi, aún a sabiendas de que a lo más que podía aspirar, era a caminar dos cuadras con todos esos bultos que dejaban marcadas las asas de las bolsas en los dedos, para tomar una combi que nos dejara enfrente de casa.

Pero antes de llegar a la salida del mercado, estaba el pasillo más bonito del mercado.
El de las flores.
Ahí conocí a todo un personaje.

- Hey Tomás!!! Cómo estás? –
- Aquí trabajando porque esta pinche vieja que es mi adoración quiere que le de vida de reina, ¿apoco no soy tu papacito, vieja?

Tomás era primo hermano de mi mamufa.
Era, es, casi tan moreno como el Tomás famoso del programa nocturno de antaño.
E igual de saleroso.

- Mira qué grande está ya tu hija, se llama igual que mi hija mayor.- Decía orgullosamente Tomás.

Mamufa me comentaba que Tomás era tratado diferente a sus demás hermanos debido a su físico y que mi abuelita materna qepd siempre lo había tratado bien.
Tomás nunca olvidó eso, y cuando nació su primogénita, la nombró como la mujer que lo había tratado bien en su infancia.
La nombró Lidia.

Mientras Tomás decía albures que yo no entendía en ese entonces, yo dirigía mi mirada a todas las flores que él vendía, especialmente a los claveles rosas.
Tomás se percataba de ello, elegía uno al azar y me lo obsequiaba.

Ambos primos se despedían, y comenzaba el fastidioso retorno hacia la casa con todos esos bultos y mi clavel rosa.

Al llegar a casa, bañada en sudor, dejaba el mandado donde mamufa me indicaba, y corría en busca de un envase vacío de mole Doña María, lo llenaba de agua de la llave, que en ese tiempo era potable, y colocaba allí mi clavel rosa.

El mismo clavel rosa, que se marchitaba al lunes siguiente.