Lo que alguna vez fuimos.

Él era un chico rebelde.
Que creía que tenía el mundo a sus pies.

Yo era una joven insegura.
Que creía que no merecía estar ni en los pies del mundo.

Hoy, a cinco años de haber egresado de la Universidad, no quedan ni rastros de aquellas dos personalidades.

Y cuando de vez en vez platico con él, no puedo evitar sentir cierta lástima al ver en lo que se ha convertido… o estancado mejor dicho.

En ese entonces, no sólo yo estaba enamorada/obsesionada/atraída con su personalidad, había muchas, muchas más.

Una chica en especial.
A la cual, obviamente él nunca buscó para una “relación formal”.
Ella era una chica linda, con cierta gracia, pero con la autoestima muy baja, igual que yo.

A él le encantaba comer pizza de carnes frías con champignones.

Y yo siempre ideaba la manera de tener detalles para con él.

Un viernes por la tarde, acudí a la pizzería, di el domicilio de él, su nombre, ordené la pizza, la pagué y me fui.
Moría de ansias al ver pasar lentamente el tiempo esperando que él me llamara para decirme “Eres un amor de niña”.
Pero no recibí ninguna llamada suya en todo el fin de semana.

La siguiente semana, aquella otra chica linda, con cierta gracia, pero con autoestima muy baja, decidió terminar con su vida y se tomó no sé cuántas pastillas.

Nunca lo había visto llorar a él.

Cada tarde durante una semana, yo conducía a su trabajo, y lo acompañaba para que supiera que no estaba solo.

El último día de esa semana, antes de que yo me fuera, comenzó a llover, y él me dijo entre sollozos: “¿Sabes qué es lo peor de todo esto? Que la semana pasada, el viernes por la tarde, me llegó una pizza, y ella sabía que era mi favorita, pensé que quizás otras chicas habían sido las que la hubieran enviado y les llamé para preguntarles, pero todas lo negaban…. Nunca pensé en la posibilidad de que habría sido ella…. Y nunca le llamé para agradecerle… Se fue y no pude darle las gracias por ese detalle tan increíble a ese amor de niña…”…. Yo sentí un nudo en la garganta, las palabras se ahogaban y no pude pronunciar nada, únicamente lo abracé y salí de ahí hacia mi vehículo.

Mientras llegaba al interior de mi auto, mis lágrimas se camuflajeaban con las gotas de lluvia que caían.

Esa tarde, éramos dos las que llorábamos.