jueves, 16 de abril de 2015

Bajo la Luna de Toscana.

Siempre he creído que una persona no se vuelve cosmopolita por el número de ciudades que ha conocido durante el transcurso de su vida, sino por el número de lugares en el que ha dejado un pedazo de su corazón.

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Ella baja nerviosa al lobby de su hotel.
Sabe que en unas horas parte su tren hacia otra Ciudad y no dispone de mucho tiempo.

Durante los últimos seis años, ella ha tratado de entender a cabalidad lo que es el Tiempo.
Ese mismo tiempo que transcurre lentamente en las penurias; tan rápidamente cuando tu corazón y tu mente se agitan; y que se detiene pocas veces en la vida: cuando no puedes controlar tus emociones o sensaciones.

Así, un día estás cenando y tomando vino rosado en un rest donde dicen que Diderot comenzó a escribir La Enciclopedia, y Rousseau y Voltaire fraguaban ideas revolucionarias; y días después, te encuentras contando tus últimos centavos y tomando una cerveza regional en un lugar pintoresco y bohemio, tratando de recordar lo acontecido la noche anterior bajo la Luna de la Toscana.

Ella ha sido bendecida desde su nacimiento.
Ella ha conocido intensamente el amor....
El amor hacia la vida... Hacia su vida.
Que, desconozco si es el tipo de amor más importante, pero sé que es el que te saca adelante.
Pero de un tiempo a la fecha, desde hace seis años a la fecha, ella ha tratado de encontrar ese amor que no la complemente, sino que la perfeccione.

En el transcurso de esa búsqueda, ella ha sacrificado tanto y tan poco a la vez.
Ella ha hecho caso omiso a su razón y se ha lanzado a los brazos no de la locura, sino de la incertidumbre.
Así que ahora ella le teme a salir con alguien.
Piensa que va a echarlo a perder como tantas veces anteriores.
Sólo que ahora no tiene nada qué perder.
Es un hombre al que seguramente no volverá a ver en el resto de su historia.
Aún cuando al despedirse horas más tardes, él le dijo que siempre estaría por si un día ella regresaba a esa Ciudad.

Ella sabe que son palabras que todos decimos al despedirnos de manera definitiva para no perder un gesto dulce de amabilidad.

Pero qué son los grandes amores de la vida, sino recuerdos de momentos que son meras ficciones revestidas de dulzura y amabilidad?

Ella recibe un mensaje en su celular, de manera puntual, diciendo: "I'm here.".
Voltea desde donde está sentada y ve una plaza vacía que horas antes pululaba de transeúntes y de devotos que corrían a la Iglesia a escuchar misa del Domingo de Ramos.

Y entre la oscuridad, destaca la silueta masculina de un hombre florentino.

Las calles de Florencia son hermosas a plena luz del día.
La cuna del Renacimiento tiene un brillo especial que exalta el espíritu artístico de toda persona que la haya transitado.

Pero si se lo preguntan a ella, ahora, sin importar si ese ahora es mi ahora, o el tuyo, o el ahora suyo cuando ella esté agonizando, ella puede aseverar que recorrer alucinada las calles de la Toscana sólo con el reflejo de su Luna, es uno de los mejores recuerdos de su vida.





3 comentarios:

El hombre del traje gris dijo...

wow! escribiste algo! pensé que ya tenias totalmente olvidado el bló (coff coff!)

Sigo sin creer que no hiciste escala en Berlíiiin!! :(

Rogelio Segovia dijo...

Y dos años despues la vieja, muy vieja Jess regresó

jess dijo...

@Pupilo, mis hermanos y yo ya conocíamos Berlín... y no quedaba ni tantito en la ruta.
Cuando regrese por mi cuenta, seguro será una parada obligatoria! ;)


@joven De la Porra, jajaja pero si holaaaaaa!!! muy amable tu recibimiento! :P