La eterna lucha entre el bien y el mal.

“Nos volveremos a ver. Estoy seguro de eso.”
Un chico increíble vía msn.

Siempre he creído que la eterna lucha entre el bien y el mal, es la eterna lucha entre lo subjetivo y lo objetivo.

Aquello que depende del sujeto, y aquello que se encuentra libre de pasiones, inclinaciones, deseos y sentimientos.
Y desde mi punto de vista, en el universo, lo objetivo deviene en los números, y lo subjetivo en las letras.
Son totalmente polos opuestos, pero complementarios.

Mientras que el camino hacia los números es exacto, constante y técnico; el camino hacia las letras es variable e indeterminado.

Yo siempre he sido una mujer de letras. Si me preguntan, le tengo temor a los números. Porque sé que tienen vida propia. Las letras en cambio, se dejan tomar y permiten que les demos forma para expresar ideas. Los números expresan una idea por sí solos, son celosos de su significado y no aceptan que cualquiera entre a su mundo. Pero sé que todo lo que está a mi alrededor y que forma parte del orden cósmico, se encuentra perfectamente codificado, mi propia existencia está supeditada a un número.

¿Cuál? No sé. Pero estoy segura que algún día lo descubriré.

En lo personal, mi número favorito es el cuatro.
Desde mi perspectiva, es el número que refleja el orden en el universo.

Son cuatro las estaciones del año.

Son cuatro los puntos cardinales.

Son cuatro los elementos básicos.

Son cuatro las virtudes que Platón visualizó para equilibrar al ser humano.

Cuando juego póker (irónicamente, un póker se forma con cuatro cartas de la misma figura, aún cuando no es la jugada de mayor valor) siempre me hago allegar de todos los cuatros.

Cuatro figuras distintas en una misma baraja.

No sé, es como si los números estuvieran presentes en todo, y nos dieran pistas, y nosotros descubriéramos su significado y lo comunicáramos a través del lenguaje, a través de las letras.

El cinturón de Orión sería perfecto si tuviera una cuarta estrella.

Por el contrario, creo que el número que significa el caos es el ocho.
Nunca me ha gustado.

Es la representación de dos serpientes entrelazadas.

Es curiosa la manera en que el significado de la serpiente se presenta ante nosotros.

Primero, según la Biblia una serpiente es la encarnación del mal, la representación del demonio que tienta a los primeros hombres.

Posteriormente, siguiendo la cultura azteca, la divinidad de Quetzalcóatl era representado como “la serpiente emplumada”.

Por un lado, es la representación religiosa del mal para algunos, mientras que para otros, es el más alto grado de culto religioso.

Esto es, que hay dos tipos de serpientes, y precisamente en el número ocho, convergen dos serpientes, ¿cómo diferenciar a una de la otra? ¿cómo se puede pensar en la una sin la otra? Ambas se complementan, pero desconocemos cuál sea el alfa y cuál el omega.

Por eso es que siempre evito, a toda costa, tener cerca de mí ese número.

Y se ha convertido en una fijación para mí, mirar los números para todo, y hacer cuentas mentales descubriendo su posible codificación, o viceversa.

Por ejemplo,

“Nos volveremos a ver. Estoy seguro de eso.”

Si sumamos las palabras que componen dicho enunciado tenemos que:

“Nos (1) volveremos (1) a (1) ver (1). Estoy (1) seguro (1) de (1) eso (1).”

Y aquello que con letras es mi más grande anhelo como mujer, con los números viene a significar el caos rotundo.

Al final, quién sabe cuál de los dos tendrá la razón.

Es el enigma de todos los tiempos, la eterna lucha entre el bien y el mal.