Una luz perenne

La ciudad de Guanajuato capital, tiene magia en su interior.

Es una ciudad colonial, que resguarda dentro de sí, el encanto de frenar el tiempo, y permitir que en sus callejones convivan armónicamente, vivos y muertos, historias y leyendas, verdades y secretos, aire y polvo.

Mi fé católica se ha visto disminuída considerablemente desde mi adolescencia.
Pero el único lugar donde me encuentro en paz y al que acudo para tratar de obtener las respuestas que necesito del Creador, es en la Iglesia del Señor de Villaseca.

Su milagro consistió en salvar a una mujer adúltera de la muerte certera por la daga de su esposo, convirtiendo el almuerzo que le llevaría a su amante minero, por rosas hermosas que iría a dar al Señor de Villaseca.

Se encuentra a las afueras de la Ciudad, siguiendo la ruta que lleva a la panorámica que conduce a la igualmente colonial Ciudad de Dolores, Hidalgo.

Es una iglesia sencilla. Sin detalles de oro en sus relieves. Pero con las penas y peticiones de miles de hombres que han pedido desde pasar un examen extraordinario, hasta la cura de un enfermo en fase terminal.

La imagen de ese Cristo tiene los ojos entreabiertos, y denota el genio del artista al imprimir la cruda agonía del crucificado.

Al costado derecho del recinto, se encuentran unas escaleras que conducen a otro apartado tapizado de diversas piedras salidas de las minas de Guanajuato, y de las diversas hojas y fotografías en las que los hombres de fé o penantes expresan su petición al milagroso Señor de Villaseca.

Antes de llegar a ese recinto, a mitad de las escaleras, se encuentran prendidas varias velas.

Cuando mi camino es demasiado oscuro, acudo ahí, y prendo una vela, pido por el milagro de mi alumbramiento; porque haya sabiduría en mis elecciones, honestidad en mis actos, bondad perenne en mi interior, sufrimiento arduo para saber afrontar a mis demonios internos, paciencia en mis tribulaciones, pasión en mis actos, éxito en mi profesión, salud en mi persona, desprendimiento en mi egoísmo, redención en mis omisiones, virtud en mi andar... y pido enfáticamente porque siempre haya una luz, como la de esa vela que coloco en ese espacio, que guíe y aluce eternamente mi sendero.