Historias de Roma y algo más.

“—¡Partan, hijos de Lenape! Aún no ha llegado la hora de los pieles rojas. En la mañana de mi vida vi a los hijos de Unamis felices y fuertes. Pero antes de que llegara mi noche, he visto al último guerrero de la sabia estirpe de los mohicanos.”
JAMES FENIMORE COOPER



Recuerdo cuando pequeña vi por primera vez la película protagonizada por Daniel Day-Lewis, siento un escalofrío recorrer mi cuerpo al volver el tiempo atrás y ser una espectadora de una pequeña sentada en los mosaicos de la sala paterna, cruzada de piernas y viendo la reproducción en la videocasetera beta, haciendo de lado el elemento histórico entre franceses e ingleses porque nunca entendí esa parte, y siguiendo solamente las historias de amor entre dos nativos y dos niñas elegantes y de cabellos hermosos, y entre un padre y su hijo.

Cuando estudiaba los diversos regímenes de gobierno que tuvo Roma desde sus orígenes hasta su decadencia, mi progenitor me platicó un día una pequeña historia que mássssssss o menos decía así:

“En alguna etapa del Imperio Romano, hubo consenso en el Senado para elegir a un Cónsul. Dicho puesto, era disputado por dos jóvenes, uno de ellos, hijo de Senador con todo el grado de instrucción que conlleva ello, y el contrincante, hijo de un zapatero, con todo lo que ello conllevaba. Los Senadores pusieron a ambos jóvenes al centro y les pidieron que diera cada uno las razones por las que debían elegirlo a él para el puesto. Comenzó hablando el hijo del Senador y dijo: “El puesto de Cónsul debe ser para mí, porque yo soy un hombre de una familia importante y reconocida en Roma, he tenido los mejores maestros y en cambio él, él es un pobre don nadie, nadie ha escuchado siquiera su nombre o el de su familia, y seguramente no tiene los conocimientos necesarios para tal noble encomienda.”, los Senadores le pidieron al otro joven que diera sus razones para ser nombrado Cónsul de Roma. Y él dijo “En efecto, él es hijo de una familia importante y de renombre, que siempre ha tenido todos los placeres y prerrogativas que su noble casa le suministra, y es verdad que yo soy sólo el hijo de un pobre zapatero que no ha tenido acceso a la mejor educación, con la única diferencia entre ambas familias, que el linaje de su familia termina con él, y el mío, inicia conmigo.”.

Quiera el Gran Espíritu que falten muchas lunas, antes de que la Tierra vea al último descendiente de la sabia estirpe de ese gran Cónsul.